
Normalmente, cuando uno recibe un volante surgen la gran pregunta: ¿Lo leo? ¿Me dirá algo nuevo? ¿Repetirá lo que siempre escucho? Esta vez intentamos escribir algo distinto. Te invitamos primero a enterarte de quiénes somos, qué queremos, por qué luchamos...
Desde Bolívar es una agrupación originada tras la ruptura de la CEBA, con gente de esa agrupación y otros militantes, hasta ese entonces independientes. Por supuesto que como agrupación tenemos en muchos aspectos una línea común; sin embargo, nuestras ideas están en constante formación y pensamos que el debate rico y entre compañeros permite construir bases mucho más sólidas y valiosas.
Desde Bolívar… ¿y hasta dónde?
Desde Bolívar es mucho más que dos palabras elegidas al azar. Sabemos que el Centro de Estudiantes se organiza naturalmente dentro del Colegio, en las aulas y claustros del colegio sobre Bolívar, y le corresponde asegurar el bienestar de los alumnos y luchar por la calidad educativa en todo lo que ello implica; y su ámbito cotidiano de acción se extiende también a la Universidad, ámbito del cual institucionalmente el colegio forma parte. Pero la realidad no se ajusta a las jurisdicciones que nos imponen desde arriba: es una sola sociedad, cuyos procesos ocurren en todos los ámbitos (aunque en distinta medida) y nos afectan tanto a los que estamos sobre “Bolívar”, como a los colegios de otras calles, de otros barrios, de otras ciudades, de otras provincias y países. Para mirar a nuestro alrededor, debemos poder mirarnos a nosotros mismos no sólo como estudiantes críticos sino también como ciudadanos concientes que habitan en una sociedad injusta. Desde Bolívar, tendamos un puente y entendamos a nuestra realidad cotidiana como algo mucho más grande que lo que ocurre estrictamente dentro del Colegio. Impulsemos un cambio y sepamos que la lucha no termina con los escalones del Colegio.
¿Qué es para nosotros un centro de estudiantes?
Un centro de estudiantes surge como un espacio para la creación, la discusión y la acción colectiva. Es una organización para que nos pongamos en contacto y trabajemos con objetivos culturales, políticos, sociales o de cualquier índole. Para materializar nuestras ideas, existen las distintas agrupaciones y comisiones. Algunas de estas ideas se oponen, otras se complementan, sin embargo, todas están unidas por un bien común: el bien de los estudiantes. Por eso, definimos que un centro fuerte viene de la mano de estar unidos como compañeros, participando, discutiendo, formándonos, creando.
La privatización fragmentada en la UBA y el Colegio.
Educación pública y gratuita no es sólo no pagar una cuota todos los meses. Es una educación al servicio del pueblo (tanto en su contenido como en las posibilidades materiales que brinda), funcional a sus intereses y no a los de un grupo dominante que hoy en día se dedica a desvalorizarla por completo.
Esta desvalorización se da – entre otras cosas – porque el presupuesto asignado por el gobierno nacional resulta insuficiente, pese a que garantizar educación para todos y de calidad debería estar entre las prioridades máximas del Estado. El rectorado de la Universidad ha encontrado una solución muy poco feliz ante la falta de presupuesto: la política de autofinanciamiento. El autofinanciamiento implica en la gran mayoría de los casos la privatización fragmentada de la Universidad Pública, porque es poner instalaciones, recursos y espacios universitarios en relación de dependencia con empresas privadas que, obviamente, juegan por su propio beneficio y a costa de la educación pública. De ahí los intentos desesperados de Hallú (Rector de la UBA) por sacarle un provecho económico importante al campo de deportes, a costa de dejarlo en una situación vulnerable para su integridad física y educativa. Esta situación se repite a lo largo y ancho de todos los espacios de la Universidad, como con el estacionamiento en la facultad de Sociales, los posgrados pagos, el reciente llamado a licitación del bar estudiantil del Pelle “Carlos Fuentealba”.
Nuestro colegio, al ser dependiente de la UBA, no le escapa a dicha política. Esto no sólo se entreve en la importancia que adquirió la Cooperadora en los últimos años – recordemos que con dinero provisto del bolsillo de nuestros padres esta lleva a cabo el mantenimiento íntegro de las instalaciones– sino también en algo tan cercano a los estudiantes como los kioscos.
Gran parte del dinero del CNBA entra gracias a que colegio alquila a una empresa privada el espacio para establecer los kioscos y el comedor. Por este alquiler cobra un porcentaje ínfimo en relación con las ganancias que producen los kioscos para su dueño, pero que aún así resulta una cifra bastante tentadora en tiempos de escasez.
Acá se ve el problema de la política de recursos propios: La concesión habilita a una empresa privada a hacer estragos con el bolsillo del alumnado. No olvidemos que en algunas oportunidades los precios internos exceden con creces los de kioscos aledaños, cuando debiera ocurrir todo lo contrario.
Hay que ir desenmascarando todos los mecanismos empleados por las autoridades de la UBA y del Colegio para, a través del autofinanciamiento, generar una política de recursos propios. La educación es pública y uno la paga con sus impuestos. Uno no debe estar poniendo constantemente la billetera para garantizar todo lo supone buenas condiciones materiales para recibir educación. No sólo eso, sino que así se profundiza en una discriminación que quiere hacer de la ‘elite’ intelectual un lugar reservado para un público cada vez más cercano a la elite económica. Poniendo en peligro el campo, pueden querer cobrarse parte de la educación con un pedazo de tierra en puerto madero o con el precio de un alfajor en los kioscos nuestros, por ejemplo.
Veamos qué pasa con nuestros compañeros preuniversitarios del Pelle, y tomemos esta misma situación: Los estudiantes del Carlos Pellegrini, luego de una seguidilla de inconvenientes con la concesión privada y una toma de tres semanas en el año 2007, consiguieron una reivindicación histórica: el bar estudiantil. Trabajan ahí los pibes, lo atienden ellos y ellos son los responsables del mismo. La organización tuvo algunos traspiés en sus inicios por algunas trabas impuestas por las autoridades pero a lo largo de este año –con combos completos, buenísimos y baratos- se ha demostrado que efectivamente existen alternativas a la concesión.
Si bien Desde Bolívar aplaudimos el esfuerzo y el logro de los compañeros del Pelle, creemos necesario aclarar (como creen los mismos compañeros) que aunque el bar estudiantil represente una clara victoria frente a la política de autofinanciamiento está lejos de ser lo ideal. Los alumnos necesitan tener la mayor cantidad de facilidades para estudiar y desarrollar sus actividades; el tiempo y el sudor dedicados por parte de los alumnos a mantener el bar debería ser empleado en sus actividades cotidianas. Lo ideal sería que el colegio y la Universidad se hiciesen cargo, adjudicándole el presupuesto necesario, a garantizar comida barata para los alumnos, con un bar al costo a cargo de personal no docente, y con la supervisión de los principales beneficiarios, los estudiantes.
No obstante, este no es el único tema en el cual vemos reflejada la política de autofinanciamiento impuesta por la Universidad. Hoy por hoy, cada fotocopia sale once centavos, cuando deberían hacerse al costo. Y eso sin mencionar la visita guiada que hay que realizar para adquirirlas, gracias al muy cómodo y nada burocrático (!) sistema de bonos. Con una maquinaria y personal bastante escuetos en relación a la cantidad de alumnos que asisten al colegio, muchos profesores – para economizar el tiempo- terminan dejando sus apuntes en fotocopiadoras de la zona, más eficientes pero un 27% más caras. Como discutimos en la comisión de kioscos y mantenimiento, una posible salida a la ineficiencia a este sistema podría ser una tarjeta magnética en donde uno cargue plata como crédito virtual de una vez, y que la misma se vaya consumiendo a medida que vas sacando fotocopias, para agilizar el tema de los bonos.
Nos corresponde a los estudiantes exigir condiciones óptimas para que todos podamos estudiar, con los precios de los materiales y comida necesarios para que todos los bolsillos puedan tolerarlos.
Pensemos en distintas soluciones para estos problemas particulares, pero también pongámonos el desafío de interconectarlos y peleemos por una salida común. Porque no es casual el tema del campo de deportes, de los kioscos, de la fotocopiadora y demás. Todo esto está relacionado con la privatización fragmentada de la educación pública, y el autofinanciamiento es uno de los nudos principales que hacen a la necesidad de luchar por la democratización. ¿Y quienes avalan o impulsan la privatización? Quienes la gobiernan actualmente. Entonces, se nos impone la tarea pensar si quienes gobiernan verdaderamente lo hacen en función de nuestras necesidades. Y plantear cómo los eligen, quiénes y en qué condiciones.
La ciudad que habitamos, y la que queremos
Basta bajar los escalones de Bolívar 263 y ranchar en la puerta para estar entregado a la jurisdicción de Mauricio Macri, jefe de gobierno de la Ciudad. Macri asumió hace tan sólo dos años, pero este tiempo fue suficiente para revelarse cómo es: un empresario bien predispuesto a lucrar a costa del resto. Un gobierno cuyo proyecto de ciudad es resguardar los negocios privados, y dejar sin derechos ni protección a los pobres, a los enfermos, a los estudiantes. Para el macrismo, el espacio público no es del pueblo, vaya uno a saber de quién es; en el futuro, probablemente de nadie, porque está en vías de extinción.
En ese patrimonio que nos pertenece como pueblo encontramos a la educación. La educación no son solo horas de clase: es la única herramienta para que todos podamos reflexionar sobre dónde estamos parados e impulsar un cambio. Pero esta no es la lógica de este gobierno, cuyos intereses no admiten ningún cambio. Por eso, sería ingenuo pensar que este gobierno simplemente se ha olvidado que la educación se viene a pedazos. No hay forma más fácil de segmentar, discriminar entre pobres y ricos, que hacer pedazos la educación pública: el que quiera estudiar entre cuatro paredes, con techo y ventanas, que pague; al que no puede pagar, que se le caiga el techo, o que deje la secundaria para ir a trabajar.
Y la escuela se cae a pedazos. Literalmente. En el Mariano Acosta, por ejemplo, hace unas semanas se cayó el techo de un aula, y no es la primera vez que pasa. El Falcone está en un edificio provisorio desde hace varios años, al igual que el Normal 7, el Esnaola, el Técnica 36, etc. De hecho, Macri ha retirado el presupuesto para las obras de las escuelas, y ha paralizado así por ejemplo reformas urgentes en el Fader y el Avellaneda. Pero los estudiantes de capital ya empezamos a rebelarnos. Otra de las medidas de Macri el año pasado fue recortar treinta mil becas: treinta mil pibes como nosotros, que no podían ir al colegio, porque sus familias no pueden pagar sus necesidades. La gran mayoría de ellos, marginados a la disyuntiva ‘estudiar o trabajar’ fueron despojados de la primera opción. Pero los estudiantes dijimos basta. Luego del recorte de treinta mil becas, veinte colegios tomados en simultáneo recuperaron quince mil. Sigamos por ese camino, que no sólo restan estos quince mil compañeros, faltan todos los pibes que no tienen la posibilidad de estudiar.
La misma lógica vale para la salud. Mientras intenta cerrar los hospitales de salud mental Borda y Moyano, deja completamente vacíos de insumos a los hospitales públicos, con personal escaso y mal pago, y en definitiva, sin brindar ninguna ayuda a los enfermos sin prepaga, que van todos los días.
Otro eje central en la política de Macri, siempre atacando a los sectores populares, ha sido el desalojo. En mayo de este año, la Unidad de Control del Espacio Público (UCEP), un sucio instrumento represivo de este gobierno, destruyó brutalmente, con topadoras, la Huerta Orgázmika, una huerta que funcionaba en un espacio recuperado en las vías del Ferrocarril en desuso, en Caballito. Además, recientemente, el Movimiento Afrocultural fue desalojado del edificio en el que realizaba sus actividades y fue mudado al Centro Cultural Plaza Defensa, en San Telmo, que no da abasto, y que se ve obligado a reducir sus actividades. Estos son sólo dos de ejemplos (hay muchos más) de espacios populares recuperados, donde lo vecinos realizan actividades culturales, y otras experiencias colectivas, que Macri considera ilegítimos y criminales. O mejor aún: más rentables como potenciales torres millonarias que como espacios barriales.
Los desalojos se extienden también a edificios tomados, como fábricas cerradas y abandonadas por sus dueños donde se han instalado familias. En el medio de la noche, la patota más legal que existe en la Ciudad, la Unidad del Control del Espacio Público, entra a estos edificios ubicados en barrios humildes y desaloja a los golpes a gente de todas las edades (Página 12, 12-4-09); ¡incluso los desaloja de plazas y veredas! Tenemos que entender que la Ciudad vive una emergencia habitacional: no existen viviendas disponibles, y a los vecinos no les queda otra que construir una vivienda precaria, instalarse donde encuentren un techo… la única solución es un plan de viviendas dignas, y no una patota que ataque a la gente.
¿Creían que eso era todo? La misma política que llevan en la educación, para acallar los ánimos de cambio, se materializa en la creación de la Policía Metropolitana, un organismo destinado especialmente a reprimir manifestaciones y piquetes, y efectuar desalojos. El colmo del colmo: el jefe de la policía iba a ser Fino Palacios, un ex represor y delincuente, cuyo prontuario es bien conocido en los claustros. Ha sido un enorme triunfo de todos los más diversos sectores en lucha la renuncia de “el Fino”. Sin embargo con o sin Fino, la Metropolitana sale a la calle el 1º de octubre; y ahí tenemos que estar nosotros, junto con los otros centros de estudiantes, sindicatos, organizaciones sociales y políticas, para que no nos pasen por arriba con una topadora. Debemos evitar que conviertan en criminales a los que luchamos por nuestros derechos.
El CENBA se moviliza cotidianamente en defensa de la educación pública; no puede convivir entonces con una policía destinada a reprimir toda clase de manifestaciones. Pero además, los estudiantes del Nacional transitamos todos los días las calles de la capital, muchos vivimos dentro de sus límites, y por lo tanto somos tan habitantes como todo el resto. Entendamos que lo que le pasa a nuestra ciudad, nos pasa a nosotros; nos corresponde a los porteños garantizarnos una educación pública y de calidad, a la vivienda digna, a la salud en condiciones. Por suerte, somos cada vez más los que reaccionamos contra Macri. Integrémonos, como estudiantes y jóvenes, y con nuestra herramienta, el Centro de Estudiantes, al movimiento popular, y garanticemos nuestros derechos.
Latinoamericanos
El suelo latinoamericano tiene grandes diferencias culturales, sociales y económicas a lo largo de su territorio. Pero un gran espectro cubre a todos los pueblos latinos: el imperialismo. Cuando Estados Unidos y otras potencias no se imponen militarmente (por ejemplo, cuando instalan bases militares en el territorio, como ahora lo están haciendo en Colombia) lo hacen imponiendo el monopolio de sus multinacionales, saqueando la riqueza de los pueblos, sometiéndonos a pagar una deuda infinita para que siempre estemos a su merced. Y lo hacen desde hace más de un siglo.
Pero desde hace unos años, Latinoamérica arde. No hace falta viajar; basta con mirar el noticiero para darse cuenta que, por izquierda o por derecha, por arriba o por abajo, nuestro continente está convulsionado. Están surgiendo en distintos países movimientos fuertes que se niegan a que el imperialismo siga haciendo estragos, a que el pueblo viva en la miseria, a que unos pocos concentren la riqueza de todos.
En Bolivia, los movimientos de indígenas, campesinos y trabajadores están desde hace una década en pie de lucha, reconstruyendo desde la más enorme pobreza a un país saqueado por el neoliberalismo. De a poco, el pueblo impone sus reclamos. De la mano del presidente Evo Morales, se está efectuando la nacionalización del gas, de modo que las riquezas beneficien a toda la población, y no queden en manos de los empresarios locales o norteamericanos. Además, con progresivas medidas de redistribución, el camino parece estar llevando a la eliminación del latifundio, a una reforma agraria profunda que le devuelva las tierras a los que las trabajan. Y no nos podemos olvidar del aspecto cultural: la mayoritaria población indígena (son nada menos que el 62%), por mucho tiempo acallada, discriminada, relegada a un segundo plano, está logrando tener los mismos derechos que los blancos, el reconocimiento de su lengua y sus costumbres del mismo modo que los de los descendientes de europeos.
En Venezuela también se está avanzando en el mismo sentido: gracias al sustento y al apoyo de los movimientos populares, de a poco se están expropiando los latifundios, las grandes empresas siderúrgicas, y se avanza hacia la propiedad colectiva de los medios de comunicación, que están actualmente monopolizados por grupos empresarios que imponen en la agenda del país qué es lo que se discute y qué no de acuerdo a sus intereses económicos.
Somos conscientes de las falencias que tienen los procesos de Bolivia y Venezuela; entendemos que el movimiento popular y sus dirigentes han tenido disputas, que el alcance de los cambios no es absoluto, y que todavía queda muchísimo camino por recorrer. Pero entendemos que América Latina necesita en su conjunto una transformación. Por eso, tomamos como una base a los movimientos sociales que se están desarrollando en muchos países, y entendemos que sólo la fuerza del pueblo podrá imponer lo que le corresponde.
Pero sería ciego ignorar que en esos países, los procesos en marcha han generado la reacción de los grupos de gran poderío económico de sus países: en Bolivia, el año pasado, los oligarcas de la Media Luna fértil (región de población característicamente blanca, que concentra los recursos mineros, gasíferos y agrícolas), con la ayuda de la Embajada de Estados Unidos, se rebelaron contra el gobierno de Evo y tuvo lugar una matanza de campesinos indígenas. En Venezuela, basta recordar el golpe de Estado que le hicieron a Chávez en 2002, y el constante bombardeo mediático al que lo somete la derecha más reaccionaria. Destacamos el rol clave del imperialismo en este ataque a las conquistas del pueblo, porque no es algo nuevo: son los mismos Estados Unidos que, en el clima de convulsión y lucha de los 70’s impulsaron y financiaron, mediante el Plan Cóndor, las dictaduras genocidas de toda América Latina.
¿Y en Honduras qué pasa?
El presidente Manuel Zelaya era un neoliberal más. Pero, por lo que nos fuimos enterando a través de los medios de comunicación que muestran poco y ocultan mucho, su política dio un giro. Hizo un acuerdo con Chávez para bajar los precios del petróleo en su país, de modo de fomentar la industria local y aligerar la carga de los bolsillos de los hondureños; cesó parte del pago de la deuda externa que aquejaba al país e impedía su desarrollo. Comenzó a acercarse al gobierno de Venezuela… y lo destituyeron en el nombre de la democracia, “por chavista”.
Y Estados Unidos, que de palabra defiende la “democracia”, no ha hecho sino trabar el regreso de Zelaya e imponer condiciones absurdas como negociar con los golpistas, propiciándoles completa legitimidad. No sería para nada sospechoso que los intereses económicos de Estados Unidos estuviesen detrás de este golpe, como han apoyado infinitos golpes en Latinoamérica y el mundo.
Ya hemos dicho que creemos que América Latina necesita una transformación. En Honduras, Brasil, Argentina, Venezuela, Ecuador, El Salvador, es necesario luchar por la emancipación de nuestros pueblos. Debemos darle la batalla para salir de la miseria a la que nos han sometido y desarrollarnos a partir del trabajo justo e igualitario de todos, y la distribución de las riquezas. Los pueblos hermanos debemos para eso integrarnos, pero no el sentido liberal de la integración económica, sino con una verdadera ayuda mutua.
Las naciones son pueblos, y por lo tanto la “comunidad internacional” debe ser entendida como la comunidad de los pueblos. Nos toca a nosotros argentinos solidarizarnos y defender la democracia en Honduras. Y seamos concientes del alcance de esta tarea: la democracia no consiste solo en votar a los representantes. Consiste en el derecho de los hondureños de elegir su propio rumbo y avanzar hacia esa transformación social profunda sin que por ello a la embajada de Estados Unidos y a la oligarquía se les ocurra echar de un tiro a su gobierno.
Para discutir este y otros temas, te invitamos a participar de un PLENARIO el sábado 19 de septiembre.
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